El alcohol inhibe poco a poco muchas de las funciones a nivel
cerebral. Afecta a las emociones, los procesos de pensamiento y el juicio. A
medida que pasa el tiempo puede alterar el control motor, produciendo reacciones
más lentas, pérdida de equilibrio o problemas al hablar. Altera asimismo la
acción de los neurotransmisores modificando su estructura y función,
produciendo con ello múltiples efectos: pérdida de la coordinación muscular,
temblores, alucinaciones, retardo en los reflejos, etc. Provoca alteraciones en
el sueño, problemas de memoria, y disminuye la capacidad de concentración y las
funciones motoras. También provoca lesiones de las células cerebrales y de los
nervios periféricos de forma irreversible. Disminuye los niveles de vitamina
B1, lo que puede llevar a padecer la enfermedad de Wenicke-Korsakoff, que altera
la memoria de la persona, así como sus pensamientos y sentimientos.
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